En la Nueva España se funda el Primer Hotel de América
Es 1818. El Moviemiento de Independencia padece uno de sus ciclos
de languidez, lo que concede un paréntesis de tanquilidad
y paz a los cien mil habitantes de la Ciudad de México, quienes
un día de ese año -histórico para este relato-,
se tropieza con una palabra desusada: "Hotel". Y se tropiezan
con ella en la fachada de una casona ubicada en la esquina de las
calles de Refugio y Espíritu Santo (hoy esquina de la Av.
16 de Septiembre e Isable la Católica"; casona que ha
sido y sigue siendo punto de referencia urbana para varias generaciones
capitalinas. En esa fachada apareció un rótulo que
reza: "Hotel de la Gran Sociedad".
Nacía así en la Nueva España, en América,
más que un nuevo vocablo, un concepto nuevo referido a la
técnica que se aplica para brindar albergue al viajero, anticipándose
a los mismos Estados Unidos, país que hasta diez años
después, en 1828, adoptaría en Boston este sistema
y su correspondiente denominación.
El flamante "Hote", fundado a fines de 1700, nació
como un Mesón. En razón de la demanda de alojamiento
y de la sagacidad de los propietarios le fue agregado un piso adicional,
proyectado y construido para alojar y dar albergue; "cuartos
de hotel" como diríamos actualmente. Pocos años
después, este mesón absorbió nuevas ampliaciones
y adaptaciones, y renunciando al nombre de "Mesón",
adoptó uno nuevo: "Posada", con habitaciones privadas
-en su mayoría-, en el segundo piso, y en el primero, cuartos
semiprivados para mozos y servidumbre de los huéspedes; áreas
especiales para cocheras, palafreberos y caballerizas, y cocheras
ubicadas en forma conveniente para que los olores no molestaran
a los huéspedes.
Los primeros hoteleros en México fueron Francisco Solares
y Francisco Coquelet, a quienes debe reconocérseles la decisión
primera de proyectar en el continente (1818), la edificación
de habitaciones especialmente construidas para servir como cuartos
hoteleros.
Los precios eran módicos -una peseta por noche- y barata
la comida.
A veces, las haciendas suplían las necesidades de los
viajeros poniendo a su disposición una habitación
especial para ellos y una tienda que vendía los comestibles
necesarios.
Cuando el hombre empezó a estrenar y usufructuar los
nuevos recursos tecnológicos que le brindaba la civilización
para desplazarse y viajar, descubrió que una era nueva supone
-exige-, una conducta y estructuras nuevas de urbanidad que acompañan
tanto al que viaja y se hospeda en casa ajena, como al anfitrión
que aloja al huésped.
El carácterprotocolario del a educación moral
del indígena se refugió en la complicada etiqueta
española y adquirió rebuscamientos barrocos que, inclusive,
invadieron el campo reservado a la cursilería.
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